Cuando en una menuda ciudad del sur se suceda el primer
asalto en un banco a mano armada, los responsables, tapados bajo pasamontañas,
serán descubiertos por las cámaras de videovigilancia que parecen indicar que
el criminal es afroamericano. Media hora después, un hombre negro camina solo
por uno de los caminos rurales del pueblo sin identificación, vestido con una
sucia camisa de rayas como si hubiese terminado de enterrar algo. Sin
explicación a su aspecto y comportamiento, añadido a la poca cooperación, el
caso parecerá cerrado. A partir de ese instante, el sheriff le encerrará en una
celda y se pondrán en tela de juicio las motivaciones que ha habido al
encerrarle.
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